De palique con Kike 20


 (Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº 27, diciembre 2002)


DE CUANDO DÉCIMO JUNIO BRUTO SE TUVO QUE MOJAR
O
EN MEMORIA DE LA MEMORIA

Simplemente, porque parece como si nadie se acordase de ella. Sí, ¡de la memoria!

Que, al cruzar el río ‘do esquecemento’ (del olvido), cualquier hombre ha de perder la memoria en el propio intento, era algo que todos los legionarios procedentes de Braccara (Braga) sabían a ciencia cierta o, por lo menos, sospechaban. Sus héroes mitológicos se habían enfrentado a peligros semejantes; por eso, temerosos de las terribles consecuencias que el pasar por alto la sobrenatural advertencia les podía deparar, no se atrevían a vadear el Limia, el río que se podía contemplar desde aquella empalizada en la margen donde habían acampado.
Por lo que se ve, tuvo que ser el bravo jefe de aquellas huestes, Décimo Junio Bruto, quien, en un rasgo épico, cruzase a la otra orilla y, desde allí, llamando uno a uno a sus subordinados, les demostrara que podía recordar sus nombres (como haces tú continuamente, Kike) y que, por tanto, no había perdido la memoria, pese a todos lo augurios. Poco a poco, aquellos romanos fueron desertando de aquella superstición imbuida y aprovechada tendenciosamente por los celtas, por lo que el avance de las tropas pudo proseguir y, con él, la construcción de la Vía  XVIII de Antonino.
         Probablemente, Kike, aunque fuese él quien tuviera esa intención de comprobar aquella patraña urdida seguramente por los aborígenes, a caballo de las creencias y los temores que los mismos romanos acarreaban desde su cuna, no debió ser nuestro amigo Décimo quien vadeara el río en primera instancia. Quizás probó, digo yo, enviando algún legionario sin graduación, previamente a proceder a tan fastuosa exhibición de valentía frente a sus soldados. Una cosa era engrosar el curriculum y otra, exponerse a perder la memoria. A cada cual, lo suyo, ¡hasta ahí podíamos llegar! En cualquier caso, tomando sus precauciones o no, el hombre se mojó lo suyo y, gracias a su memorable –nunca mejor dicho- hazaña, su ejército superó aquel obstáculo sobrehumano que, de no ser imaginado, por lo menos, sí debía haber sido adaptado, fabricado de nuevo cuño y financiado por los naturales del país, confiados con ingenua pretensión en que la maquinaria conquistadora de Roma podría ser frenada mediante una superchería no inventada en su totalidad por los propios romanos.
         Fuese o no así, una leyenda apócrifa (es decir, que me acabo de inventar yo y añado ahora mismo) cuenta que no todo el mundo se quedó tan pancho ante aquella magnífica demostración y que la superchería caló mucho más en aquellas huestes y por más tiempo de lo que cabía prever, aunque fue en mayor detrimento de la estabilidad personal de cada cual que del avance de aquella colosal obra pública. Ese y no otro fue el caso de un legionario que no quedó del todo satisfecho con el ingenioso ardid de su jefe. No puedo decir su nombre, no me consta, pero según tengo entendido, al tal soldado sus compañeros solían llamarle Pulcro, al parecer por el esmero con que degollaba enemigos.
No se rindió pues, el legionario Pulcro, ante la proeza, dado que había llegado a la convicción de que, sin remedio alguno, todos los componentes de aquel ejército habían perdido el rastro de su verdadera memoria, de tal forma que cualquier realidad vivida a partir del vadeo de aquel río, había de ser considerada una realidad inventada, así como los recuerdos que la sustentasen y que todo aquel entresijo de itinerarios que construían con tanto frenesí, eran consecuencia de decisiones tomadas a partir de una invención detrás de otra, una huida hacia delante, en un intento desesperado por volver algún día a Roma...
Fatalmente, ni Roma debería ser Roma para quien pretendiera volver. Aquellas innumerables calzadas no conducían a lugar alguno. Pulcro estaba tan persuadido de ello como sumido en la más arrebatada incertidumbre. Así, atormentado por semejante delirio, vivió el resto de su vida aquel hombre que, por otro lado, hasta aquel momento se había enfrentado  a inusitados peligros y había logrado vencer las más terribles amenazas; a simple vista, más horribles que la mera pérdida de la reminiscencia.
         No es de extrañar que aquel soldado raso y romano anduviese escamado porque la tradición clásica, a la que sus creencias estaban sujetas, tenía una consideración preeminente hacia la memoria. No era aquella sociedad como la nuestra, que la tiene en el olvido. Tenía esa tradición sagrada una diosa especial para representar tal facultad y velar por ella; Mnemosine se llamaba, era madre de las nueve musas y, entre otras cosas, abuela de las voraces sirenas. Era un personaje de incomparable aprecio, según tengo entendido, aunque en la cultura actual no es muy conocida, siendo mucho más nombradas Diana o Venus, por poner un par de casos. Además de ostentar la representación y de ser la encargada del cuidado de la memoria del género humano, cabe destacar que la tal Mnemosine era la patrocinadora de la inteligencia creadora y soberana y guía del triunfo del espíritu sobre la materia, nada menos.
         El caso estriba en que este episodio del indeciso vadeo del río me evoca por varias cuestiones todo lo que estamos comentando a lo largo de estos ‘De palique con Kike’. En primer lugar, el eje principal de la anécdota protagonizada por Décimo Junio Bruto es la memoria y la terrible amenaza que debió representar su posible pérdida para aquellos curtidos hombres de guerra.
         Resulta verdaderamente sorprendente y, si me lo permites, conmovedor, para un ser humano del siglo XXI, contemplar cómo unos hombres curtidos por la guerra, que eran capaces de vérselas con la muerte cada vez que al tribuno de turno se le antojase, se arrugaban ante lo que parece una amenaza poco importante, la del olvido, la pérdida de la memoria y la del mecanismo para hurgar en ella. ¿Tanto apreciaban esta facultad los romanos o es que la memoria es una gracia realmente esencial para la humanidad?
         Todo esto que te he estado explicando hasta aquí tiene que ver contigo y con tu trabajo, Kike y, desgraciadamente, cuando lo estaba escribiendo, cuando estaba precisamente en este punto, me ha llegado la noticia de tu fallecimiento. He quedado consternado, como podrás comprender. Al instante y aplicando esa regla de tres que todos llevamos encima, ha pasado por mi mente la idea de dar por concluido nuestro epistolario. Si tú no estás para recibirlas, no hay por qué mandar cartas y, por otro lado, no me seduce la idea de comunicarme con el más allá. Sin embargo y después de mucho pensarlo, he decidido seguir en la brecha (En ello ha tenido que ver mucho también el aliento de mi familia) solo con intuir lo que tú hubieses opinado en una ocasión similar y solo con pensar que, como te intentaba explicar, tú eres memoria viva que no conviene olvidar; tu impronta todavía bulle en este corral que nos has legado. De algún modo, estás aquí y ahora y queda mucho por decir. Espero que nos sigas echando una mano.
Aparte de la irreparable pérdida, en tu entierro ha quedado claro que tú eres una referencia cultural leonesa, eres parte de la memoria de tu tierra y se da al caso de que lo que yo quería resaltarte en esta carta es el valor de este aspecto de tu trabajo. Casualmente, usando como ejemplo el episodio del río ‘do esquecemento’, quería escribirte acerca del ámbito concerniente a la memoria y sobre lo que tu labor... la de otros también, pero permíteme que lo personifique en ti... sobre lo que tu labor representa en el ancestral intento por mantener viva la memoria; hasta qué punto eres, en tu entorno, elemento y mecanismo activador de ese patrimonio del ser humano.
Permíteme que, con ello, aproveche para explicarme un poco más en relación a la figura del maestro abreventanas que propuse en anteriores comentarios. Al fin y al cabo, tú has sido uno de esos maestros. No es que hayas sido maestro de escuela, pero eres el maestro más parecido posible a aquel maestro abreventanas cuya identificación hemos intentado precisar a lo largo de nuestros ‘paliques’. Un maestro que soslayando o invitándonos a eludir ese ombligo tan maravilloso que todos soportamos en lo más céntrico de nuestro ser, nos propone abrir la ventana que, hacia el frente, conduce a lo que explican y proponen otros, a la vez que nos enseña a mirar hacia fuera; abre luego la que permanecía cerrada al otro lado de la sala, la orientada al público, estableciendo estrategias para comunicarnos con él; después, por fin se decide a abrir el resto de ventanas, facilitando el reconocimiento y la intervención de otras artes, de otras disciplinas. Mientras nos enseña como llevar a cabo todo esto y fomenta su ejercicio, nos enseña, por encima de todo, su actitud de querer enseñar y aprender porque él participa también. Uno siempre se puede equivocar, pero, en resumidas cuentas, ese es el concepto que me ha quedado de ti, tras tres décadas y pico de trato.
         Mira, Kike, tú eres parte de la memoria cultural de León; otro asunto es que te hayas podido sentir olvidado alguna vez, pero de eso no vamos a hablar aquí, ¿verdad, Kike? Lo dejamos caer y... ¡ya está! ¡A otra cosa, mariposa! Es una situación que se suele dar, porque, paradójicamente, lo primero de que se olvida el ser humano es, precisamente, de su memoria y se lanza a esa huida hacia adelante que sentía el legionario Pulcro.
         Por eso, quería hablarte precisamente de ese maestro abreventanas que hay en ti; quería hablar de ese agitador de los vestigios de la memoria, ya que, cada vez que, abriendo las hojas de aquellas ventanas, introducías en nuestra sala de ensayos, en tu taller, un texto teatral, un método de interpretación, una propuesta experimental, una historia escrita, un ejercicio para memorizarla, una tradición local o universal... al margen de donde y de quien proviniese, nos estabas enseñando el valor de la palabra ajena, el valor de que ésta sea diversa, procedente de distinto crisol una de otra, nos estabas enseñando también como desarrollar en la práctica esta labor; abriendo la ventana hacia las palabras, hacia los libros, alargabas la mano para traer hacia acá algunos y leerlos, optabas por algunos de ellos y, transformándolos en ejercicio dramático, los convertías en una experiencia vital, mientras nos enseñabas la actitud que idea, construye y conduce paso a paso, en intenso empeño, este entrañable fenómeno, desde la remembranza hasta su transmisión.  No eres tú el único, pero eres de los pocos que, tras abrir esas ventanas, han acercado desde su conocimiento un bien cultural de tamaña dimensión, mientras nos ofrecen la posibilidad de convertirlo en una experiencia única en cada ocasión, descubriendo y poniendo en marcha para ello, una retahíla de recursos en cada cual que más de alguno ignoraba poseer hasta el momento en que se puso de manos a la obra.
         Esto es solo parte de lo que te quería decir, porque el episodio del río ‘do esquecemento’ aún da para más en lo que a relacionarlo con tu historia se refiere, en función de que la imagen de Décimo Junio Bruto llamando desde la otra orilla me evoca por fuerza  tu actitud de exhortación continua. No has cesado nunca en tu reclamo desde la otra orilla teatral y pedagógica en tu querido León. Cuando te conocí -como te recordaba antes, de eso hace más de treinta años- ya llevabas unos cuantos en tu empeño. Desde tu punto de observación en la otra ribera, has podido contemplar como algunos desertaban, otros chapoteaban divertidamente y nunca alcanzaban el otro lado ni se preocupaban, otros se hundían, mientras otros se dejaban llevar por la corriente; otros ni se acercaron al agua o tan siquiera lograron ver que por allí discurría un río. Pese a ello, has de reconocer que, a tu invocación, ha respondido una numerosa y fértil cohorte de personas que, a partir de tu clamor, han conocido y han practicado durante muchos años el teatro y la función social que su vivencia comporta. Es una larga lista, tú lo sabes. Algunas de ellas te han acompañado hasta tu último suspiro.
         Finalmente, déjame exponerte una última similitud entre tu historia y la del romano. Para realizar su hazaña, Décimo Junio Bruto se tuvo que mojar, mientras que tu acción en esta vida resalta porque te has mojado mucho en tu dedicación teatral, luchando por desarrollar proyectos, en lugares y momentos donde cualquier otro hubiese desistido o ya no hubiese esbozado esos primeros pasos que solo dan los convencidos. Ese mojarse que no es otra cosa, a mi entender, que adquirir un compromiso y asumir los riesgos que conlleva, elaborando con ello un fermento cultural que tu sociedad ha debido aprovechar en un sentido u otro, no cabe duda. Para mayor mérito tuyo en comparación con el del romano, añadiré que tú, en esa sociedad que te tocó vivir, seguramente no has podido disponer de un soldado raso con el que tantear la situación antes de echarte al río.
         Te ruego, Kike, que tengas en consideración que esta semblanza que estoy plasmando sobre un papel, te la quería plantear sin que mediara el lamentable acontecimiento. Aunque intuyo que tú preferirías que me explicara mejor sobre ese modelo de maestro abreventanas, memoria convocadora y comprometida, a que hable tanto de ti y con tanto énfasis, no logro evitar que, en esta ocasión, primen mis sentimientos, como tampoco puedo evitar encarnar en ti la imagen de ese maestro agitador de la memoria que tantas veces buscamos tú y yo en nuestra conversaciones y que da vida a esa actitud que despeja fronteras continuamente, tomando el compromiso de incitar a la participación y generar para ella espacio y tiempo y contribuyendo a este fin con todo su esfuerzo, toda su experiencia y todos sus conocimientos. ¿O es que acaso no fuiste tú? ¿O es que hay otro recurso mejor para comprender que el testimonio ofrecido por toda una vida?
         Aún así, te haré caso y dirigiré todo lo que digo en esta semblanza hacia cuantos se hayan sentido identificados con la imagen descrita, por su dedicación en este ámbito – en el del mantenimiento de la memoria y el del patrocinio de la inteligencia creadora- y a cuantos su pertinaz modestia, como era en tu caso, les impida reconocer que son, han sido y serán piezas clave de nuestra cultura, a pesar de su propio parecer y al margen de que no se les tenga en cuenta como merecen.
         Creo que estarás de acuerdo conmigo.

Miguel Pacheco Vidal