De palique con Kike 22


(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 29, abril 2003)


  DEL MARCO, SU PRIMER LADO



Hubo una vez un cuadro que, prescindiendo de su creador,  se quiso pintar a sí mismo, en el vano intento de evitar ser admirado en un marco colgado de una pared, contra su voluntad, como si de un lienzo cualquiera se tratase.

 
         Es un vano intento, desde luego, evitar un marco y más aún, la pared de la que ser colgados; en ocasiones, ridículamente torcidos. Todo lo que hacemos parece estar inscrito en una moldura que, por supuesto, pende de alguna pared. Visto desde el otro lado, el de quien admira el cuadro y aunque se tenga el convencimiento de que lo más importante ha sido el proceso creativo –ese proceso que el cuadro autosuficiente pretendía preservar del marco y de la alcayata-, un fogonazo de clarividente humildad nos impone considerar como aceptable la situación que reduce nuestra existencia a la de meros seres contemplativos de cuadros enmarcados y colgados de una pared. Acceder a otro estrado se convierte en un juego muy complejo y para criaturas privilegiadas.
         Yo, que no debo andar muy bien de estrado, no pertenezco, aunque me gustaría, a ese ámbito de escogidos; por eso, intento ‘desenmarcar’ mi visión del Arte, a mi manera, empapándome en aquello que puedo al invadir, con permiso de mis amigos artistas, el taller donde desarrollan su proceso creativo. No creas que entiendo mucho lo que veo, tengo que admitir mis limitaciones, pero algo me dice que me empapo. Noto en ellos, en mis amigos artistas, una predisposición y, a la vez, una reserva a mostrar pistas sobre su proceso creativo y también una comprensión y una extrañeza por mi interés.
         Si a mí me intriga el camino, desde la ocurrencia hasta la última pincelada, junto a la fatiga, la concatenación de unos esfuerzos casi incomprensibles, a ellos les debe intrigar mi falta de conformismo y que ande hurgando en su trastienda, como si tal cosa, en lugar de aguardar a que las obras de arte estén finalizadas o lo que se entiende como tal y expuestas en su correspondiente pared para poder ser contempladas con  cierta placidez. Alguno de ellos contraataca y tercia asegurando hábilmente que, al fin y al cabo, lo mismo le pasa a mi trabajo, refiriéndose a todo este asunto, éste que tú y yo andamos dándole vueltas sin cesar, palique tras palique: el ejercicio de texto teatral en la Escuela.
         Puede que sea verdad y lo acertado, Kike, sea afirmar que, de un modo u otro, todos tenemos nuestro marco y nuestra pared destinada a que cuelguen el cuadro que nos traemos entre manos. Sin ir más lejos, es algo que coincide en parte con lo que te quería exponer en la carta cuyo pretexto cabalgaba sobre el episodio del vadeo del río do Esquecemento y cuyo rumbo, por razones no deseadas, tuvimos que derivar a otras cuestiones, apuntando un poco el tema y dejándolo para otro día.
         No falto a la cita pues, ni me escabullo, y recuperando el apunte, como te comentaba y sin pretender que el arte que he escogido pueda alcanzar más allá del nivel de aquel estrado que le corresponda, debo confesar que tengo la sensación de que también sugiere un marco en el que desenvolverse y de que aspira a ser colgado de alguna pared.
         A vuelapluma, designar esa pared es fácil; reivindicarla, sin embargo, es algo mucho más complejo. La pared de ese ejercicio de texto teatral, que es el ámbito donde  se desarrolla la actividad en la que se centran nuestros ‘paliques’, su pared, digo, vendría a ser la Escuela y, en comandita, el Teatro; de momento, donde sea de la Escuela -con el Teatro,  mi encarecido teatro, a cuestas-, aspirando –y aquí viene lo complejo- a formar parte del Sistema Educativo. Digo que es complejo de reclamar, porque, como intuirás, es la propia estructura que mantiene el sistema –de la Escuela y el Teatro- lo que se resiste y, para mayor inri, posiblemente, nosotros tampoco estamos suficientemente convencidos de llevar a cabo nuestro cometido, un cometido que siempre puede ser considerado una intromisión por según quien. Pero es igual, a mí que me dejen un resquicio, que ya colgaré el cuadro a lo que den de sí mis entendederas. Encontrar el sitio donde encajar más adecuadamente y conseguirlo es ya de por sí un asunto duro de pelar, aunque no deja de ser una esperanza y ese velado augurio debe ser lo que nos mantiene en la brecha. No sé yo, quizás caiga algún día por su propio peso, pero, por ahora, parece fruta difícil de madurar, así que mejor dejémoslo para otro momento.
         Lo que sí podríamos abordar en esta conversación, si no tienes inconveniente, es todo lo que concierne al otro aspecto, el del marco en el que se desenvuelve el tipo de trabajo que estamos proponiendo, que no es otro, recuerda, que el ejercicio del texto teatral en la Escuela. Ya habíamos empezado a hablar de ello –del marco, quiero decir–, cuando nos encallamos. Habíamos planteado, al esbozar el marco en que se debe desencadenar la actividad que conlleva nuestro proyecto, la observación de la actitud del maestro abreventanas, esa figura imaginaria que nos ha ayudado a establecer el ámbito y las condiciones en las que pace nuestro quehacer.
Poco a poco, por favor. Si tienes prisa, más vale que dejes la carta para otro día. En último término, despacioso ha sido el ritmo en el que ha crecido la propuesta. No vamos ahora a apretar el paso; sería incongruente con el sosiego y la voluntaria lentitud en los que hemos recreado nuestras charlas durante estos años. No vamos a extendernos más de la cuenta, pero, si me lo permites, vamos a detenernos lo suficiente. Podemos imaginar que el aula en la que imparte su clase el maestro tiene cuatro lados con los que configura el marco que deseamos explicar, por lo que aceptando ese número, intentaremos organizar nuestra explicación desde cada uno de ellos, en cuatro cómodos plazos.
Para abrir boca, hoy hablaremos solo del plano del fondo, el que está detrás del maestro y donde está esa ventana que, para poder abrirla, el buen hombre se ve obligado a darnos la espalda muy a su pesar. Aún así, la abre sin volverse del todo porque, como aquel que no quiere la cosa, desea comprobar si estamos atentos y si comprendemos su acción. Ha abierto la ventana de par en par y, desde ese escorzo con el que intenta mantener la comunicación con su auditorio, alarga la mano y, del exterior de la estancia, trae hacia acá un texto, una idea propuesta por alguien externo al colectivo que llena la estancia, que, en definitiva, es el que va a desarrollar la experiencia.
A mi entender, Kike, lo más interesante de la acción llevada a cabo por el maestro es que nos está enseñando a acudir a ideas externas al círculo que las maneja y que se decide a generar una actividad a través de la que las transformará dándoles vida en escena. Sin prescindir de nuestras propias ideas, nos invita a convivir con otros pensamientos y a elaborar, a partir de ellos, una experiencia de una intensidad como pocas.
No contento con esto, nos enseña además el procedimiento para realizar su cometido. La metáfora utilizada cuando describo a un maestro que abre la ventana y rescata del exterior una propuesta, no quiere decir otra cosa, en este caso, que esa acción de buscar, elegir y traernos un texto con la que nos está mostrando cómo hacerlo. Además de transmitirnos su voluntad de servir de canal que conecte con determinadas referencias culturales, nos dice cómo se puede hacer y, finalmente, convierte su iniciativa en experiencia vital dentro de la zona de elaboración –donde tiene lugar los ensayos-, cuando impulsa la transformación del texto impreso en acción dramática y en un personaje al que impregnaremos de nuestras vivencias a lo largo del  montaje de la obra de teatro.
Ya sé, Kike, que estamos hablando de texto de una obra de teatro y que el texto, como ejercicio escolar, ha tenido y tiene detractores, no sin cierta razón; sobre todo, porque entienden que un texto teatral, con sus contenidos ‘precocinados’ de acuerdo a los puntos de vista del autor,  puede influir en exceso en los niños que son sometidos a la experiencia de llevar a escena el texto en cuestión. Puede que además, esa sea la intención del autor o de algún autor. Influir, esa es muy probablemente la inclinación de alguna mano que escribe. No hace mucho tiempo pudimos leer y comentar la afirmación en el sentido –equivocado, entiendo yo- de que se debía evitar el guión previo porque, puestos a observar la situación con un enfoque algo filosófico, todo autor intenta convencernos de algo a través de la palabra. Y en esto tenía razón el hombre, pero en lo de que, por ello, debamos eludir el texto previo, no la tiene, ¡no señor!, siempre a mi parecer, porque, si bien es cierto que el texto intenta convencer de algo, no es menos cierto que, con texto o sin él, todos lo intentamos; en este instante, yo estoy usando la palabra para convencer de algo y para convencer a alguien. Él mismo, quien nos prevenía contra esta tendencia, también intentaba convencernos de sus ideas sobre este tema y disuadirnos de nuestra empecinada propensión a utilizar el texto como eje del ejercicio teatral en la Escuela.
De hecho, la vida misma, así mirado, es un circo donde, de forma continua y más o menos insistente y organizada, nos dedicamos todos a convencer, persuadir, disuadirnos los unos a los otros, a través de la palabra, pero también mediante otros recursos, en ocasiones de peor catadura y mayor contundencia. Lo mires como lo mires, empleamos en gran medida, nuestra elocuencia y otros medios para influir, modificando decisiones, puntos de vista y hasta creencias; muchas veces, en nuestro provecho, pero en otras ocasiones, por puro deporte, porque somos así, porque nos gusta sentirnos influyentes en nuestro entorno y más allá de sus fronteras. Hay quien fantasea y miente con tal de influir en quien tenga la paciencia de atender o no le quede otro remedio. A veces,  hablamos a los demás para convencernos a nosotros mismos.
¡Da lo mismo!, aunque estuviese tan pervertido el panorama humano, tendríamos que actuar en consecuencia, teniendo en cuenta que este panorama es así o parece ser así. Es un mundo complejo donde, si se quiere avanzar, lo que, a mi entender, se nos exige es que nos escuchemos los unos a los otros y, separando el grano de la paja, nos preparemos para aportar y recibir. De no producirse un cambio inesperado, es el panorama que se va a encontrar el niño al salir de la Escuela y para este panorama y no otro  se le habrá de dotar de recursos; de ahí que la acción consista en proporcionar diversidad de prismas personales para comprobar que existen y para ejercerlos. Por eso, nuestro buen maestro se esfuerza en importar ese enorme tesoro cultural con el que ha de suministrarnos diferentes propuestas con puntos de vista diversos y de distintos autores; autores infantiles o no expresamente infantiles. Lo hace el buen maestro utilizando la práctica dramática, como procedimiento operativo, porque sabe que es la forma de transformar en experiencia vital nuestro contacto con el texto.
Nos ha aportado ese contacto, nos ha enseñado su actitud indagadora, nos ha mostrado cómo buscar y dónde, nos ha facilitado el recurso operativo para transformar nuestro hallazgo en experiencia vívida y, finalmente, es él quien pone en marcha esa experiencia, mientras que no le duelen prendas en ser una pieza más de ese magnífico experimento.
Este es uno de los cuatro planos del marco en que se pretende desenvolver el quehacer teatral en la Escuela, cuando utiliza como eje de la experiencia un texto escrito por alguien ajeno al colectivo que esté montando la obra. Para comentar en próximas cartas quedan, por tanto, los otros tres listones que completan el marco. No obstante, aún tengo pendiente algo que puntualizar sobre este primer listón del marco, con relación a la supuesta falta de libertad que le achacan a la práctica basada en el texto.
Verás, Kike, en uno de nuestros primeros paliques hablábamos de este fenómeno: en esto de la libertad en la práctica teatral en la Escuela, puede que las cosas no sean lo que parecen ser. ¿Te acuerdas que te contaba que yo, hace muchos años y durante bastante tiempo, deseché la utilización del texto? Militante de la improvisación, el espectáculo colectivo y del juego de representación de roles en sus diversas manifestaciones, deambulaba yo en el exiguo pero intenso espacio que por aquel entonces relacionaba o se creía relacionar Escuela y Teatro, cuando se dio el caso que, entre los integrantes de un grupo teatral donde  todos los martes y jueves experimentábamos todo lo experimentable, teatralmente hablando, uno de ellos vivía en dirección a mi casa, pero un poco más allá, por lo que, martes y jueves, tenía la oportunidad de darme la tabarra acerca de una obsesión que no voy a revelar porque, por fortuna, no me acuerdo de ella. En aquellos tiempos, como ahora, abundaban las obsesiones, solo que, por la situación política reinante, solían ser de un ardiente cariz social. Ahora las razones sociales acostumbran a manifestarse menos obsesionadas y las obsesiones se diversifican más. Al menos, eso me parece. No sé lo que es peor. En cualquier caso, mi acompañante que, además de actor, era maestro y amante también del 'no texto previo', tuvo y se tomó su tiempo para transmitirme de la manera más pormenorizada posible su obsesión.
Espero haber sabido exponerte fielmente mi situación anímica, fraguada en el discurrir de aquellos paseos, jueves tras martes y martes tras jueves hasta que, a punto de sacarme de mis casillas, mi insistente acompañante tuvo la ocurrencia de suscitar mi curiosidad invitándome a asistir a la representación del montaje que durante el último trimestre había preparado con los alumnos de su clase. Yo, que de por mí tiendo a consentir con bastante facilidad, no tuve otro remedio que acceder, así que el día de marras me presenté en el lugar convenido, su escuela.   Recuerdo claramente la situación planteada desde el arranque. Sin telón, unos niños enfundados en unas sábanas habían abierto un espectáculo al que no le hubiese encontrado ningún inconveniente, de no haber sido porque nada más abrir la boca, aquellos niños, enfundados en sus vistosas sábanas, empezaron a hablar de la dichosa obsesión de mi fiel acompañante de martes y jueves y porque ya no la abandonaron hasta concluir el espectáculo.
Creo –te tengo que confesar- que ese fue el punto de partida para mi cambio de opinión en torno a todo lo concerniente a la utilización del teatro de autor, llevándome, ¡fíjate tú! a ponerme del lado del ejercicio de texto previo. Había descubierto en aquel episodio una influencia de mucha mayor intensidad que la que se le podría echar en cara al empleo del texto, ejercida encima por parte de alguien que estaba en la orilla que, mira tú por dónde, abominaba de esa terrible influencia. ¿Dónde se sustentaba  entonces la razón esgrimida en pro de la libertad? De ahí a pensar que donde se produce el mayor y más intenso influjo es en quien dirige la experiencia, solo había un paso, de modo que empecé a pensarlo y a pensar que precisamente, el texto, ejerce un papel neutro, que no neutral, en este proceso, garantizando un punto de partida modificable, como todo en el teatro, pero que sirve de referencia y evita el exceso de ascendiente de los responsables directos de la actividad, que ya tienen en sus manos el poder de elegir el texto, no lo olvides. ¿Es posible que el texto, desde esta posición contemplado, esté garantizando un mayor espacio de libertad a los participantes? Claro que no es fácil que, cuando hablamos de libertad, todos estemos hablando de una misma cosa.
Es el texto pues, un elemento neutro (no neutral, insisto), que asegura una cuota de intervención a cada participante y que, como cualquier material teatral y al margen de la intención primigenia, puede ser adaptado a las intenciones, conocimientos y forma de ser de los participantes, ipso facto, con solo el tono de voz empleado, aparte de tijeretazos, interpolaciones, morcillas y escamoteos y mil procedimientos más.
Por resumirlo un poco, Kike, hoy hemos hablado de una de las partes de ese marco que acoge nuestra actividad dramática en la Escuela, cuando empleamos el texto como factor insustituible para desarrollarla. Hemos visto que el texto puede ejercer de elemento neutro que nos acerque diferentes puntos de vista, a su consideración, comparación y a su transformación en experiencia vital de la mano de nuestro maestro abreventanas. Hemos sugerido la conveniencia de confrontar esos diferentes puntos de vista, sin temor a sus influencias, en lugar de enclaustrar nuestra comunicación en un taller cerrado, donde, me parece, insisto, que aumenta la posibilidad de ejercer influencia y de derivarla en única.
Mirándolo en positivo, en esta batalla parece vencer la imagen del maestro que, abriendo de par en par esa ventana, nos ha acercado textos de autores, mientras que, sin acabar de darnos la espalda, nos enseña su actitud de persona convencida de que el gesto de introducir en nuestra actividad esos retales de nuestra cultura, constituye un bien tan asequible como anhelable, nos muestra que lo hace, cómo se hace y adonde acudir y, para redondear su acción, genera una experiencia difícil de olvidar.
Pues bien, Kike, eso no es todo. Hay aún un aspecto más para completar este ámbito del marco de trabajo que estamos explicando. ¿Qué otra acción se está emprendiendo que nos pueda interesar, además de cuanto hemos dicho? Si con el empleo de una obra de teatro escrita se está planteando la interpretación de unos personajes propuestos por el texto, se podría convenir en que a los participantes se les está proporcionando la oportunidad de realizar un ejercicio muy especial y querido por nosotros y peculiar del teatro de texto, el de meterse en piel ajena como práctica de interpretación, de lectura, de comprensión de situación y de personaje, pero muy probablemente también como adquisición y desarrollo de esa aptitud para colocarse en el lugar de otros, bagajes, criterios y temperamentos diferentes, en la vida real y la capacidad, por tanto, de aceptación; de tolerancia que ya viene impulsada por la decisión de admitir que esos personajes y su historia hayan sido trazados por una persona desconocida en la mayor proporción de oportunidades para el colectivo que está desarrollando el ejercicio teatral.
Es este un aspecto, aunque no exclusivo del teatro de texto, de más difícil aparición y menos frecuente aprovechamiento en otras modalidades de ejercicio dramático en la Escuela, ya que, si lo que se pretende es ejercitar esta capacidad de introducirse en piel ajena, para que resulte realmente ajena, la mejor propuesta será aquella que, como hemos intentado decir, haya sido ideada y plasmada por otro y que su diseño previo se escape en la mayor medida posible a nuestro control, como se da en el caso del tipo de teatro escolar que propugnamos.
¡Ahora bien!, que propugnemos, porque ¿propugnamos, no?, esta orientación, aconsejando el uso del texto previo, no quiere decir que demos a entender que todo el monte es orégano y que, solo por adoptar esta recomendación, los resultados han de ser mejores, por fuerza, que con cualquier otra orientación o que, por principio,  cualquier texto ya vale. La tarea de selección del texto tiene su pejiguera y la elaboración del texto, también la tiene, representando esta defensa del autor una responsabilidad añadida para él, más que lo de honorífico parezca contener. Estamos dejando o intentamos dejar claro que es ésta una labor bastante más complicada que la mera aportación literaria de una historia hermosa; la pluma habrá de tener en cuenta que su producto implica, en este caso, una actividad determinada con niños, lo que, a su vez, comporta una dinámica ineludible, ante la cual tendrá que dotar su trabajo de estrategias que favorezcan la realización de su propuesta en el ambiente para el que está predestinada.
Pero todo esto es de lo que solemos hablar: de la estructura dramático-pedagógica que puede tributar un texto teatral a la Escuela. Ya hemos reflexionado sobre ello y seguiremos reflexionando, si nos lo permiten. Lo que ahora y aquí nos importa es llevar a cabo nuestra pretensión de aconsejar a cuantos les interesen estos temas, que uno de los ámbitos del marco en el que se haya de desenvolver su ejercicio escolar de Teatro, sea el del texto previo, trayendo hacia la parte de acá de nuestra imaginaria ventana el trabajo de los autores. Para ello, hemos expuesto nuestros argumentos; llegados a este extremo, ¡Que cada palo aguante su vela! De momento, este es, desde el punto de vista que he esgrimido, el panorama de actitudes y objetivos que conforma uno de los lados de ese marco que pretendemos describir; restan, por tanto, ya que lo hemos previsto así, otros tres lados. De ellos intentaremos hablar en tres próximas cartas con el fin de completar la representación del marco en que encaja nuestra labor. Hoy, aquí termino.

Miguel Pacheco Vidal